Existía una región en la Grecia Antigua, que hoy conocemos como Ática. Allí reinaba, se creó, que un ser que nació de la propia tierra y que tenía cola de serpiente y tronco de hombre. Sobre su dominio estaba floreciendo la ciudad de Cécrope. Ya la ciudad estaba rodeada por los mares y, por esto, el culto a Poseidón era muy fuerte en la región.
El dios nutría el deseo de tener una ciudad que se dedicaría a glorificarlo. Él se dirige a la acrópolis de la ciudad y allí, ante el rey y su pueblo, dice: "Conságrenme en esta ciudad al señor de los mares y tendrán el océano como jardín. Su pueblo sobrepasará a todos los demás pueblos mientras estén en los mares.
Cambien el nombre de la ciudad a Poseidón ya y me dejarán muy satisfecho." El dios golpea con su tridente en el suelo y hace brotar una fuente de agua salada. "Este es mi regalo para ustedes. Antes de salir al mar, arrodillarse ante la fuente que les indicará si es seguro navegar". Pero entonces surge la diosa de la sabiduría, que también deseaba conquistar para sí el honor de tener una ciudad que la adorara.
Ella se dirige a la multitud, que ya se encontraba admirada por la visita de Poseidón y que ahora estaba perpleja al ver tan majestuosa deidad.
Zeus presidía la reunión y dejó que los demás dioses se entendieran. Todos los dioses masculinos votaron por Poseidón y todas las diosas votaron por Atenea. Por estar presidiendo el consejo, Zeus se abstuvo y así Atenea salió vencedora por el empate.
Los dioses aceptaron el veredicto y Atenea se convirtió en la patrona de la ciudad, que fue renombrada Atenas en su honor. Como regalo, Atenea hizo que la ciudad fuera próspera y rica en sabiduría y conocimiento. Poseidón, enfurecido por la derrota, castigó a la ciudad con una sequía que duró muchos años.
Atenea, sin embargo, no se dejó vencer y hizo que el río Ilisos brotara de nuevo, proporcionando agua fresca y vida a la ciudad. Así, Atenas se convirtió en una de las ciudades más importantes y poderosas de Grecia.